Es sorprendente la cantidad de cambios que se dan en el cuerpo de la mujer durante el trabajo de parto. Una de las estructuras que más ha de transformarse, de cara a dejar pasar al bebé en su descenso en el canal de nacimiento, es el cuello del útero.
El cuello de útero o cérvix, morfológicamente se asemeja un poco a un cilindro y está atravesado por el canal endocervical, recubierto de mucosa. Las mujeres que no han tenido partos anteriores, tienen ese canal endocervical con un diámetro de unos pocos milímetros. Visto desde la vagina, el cuello tendría un aspecto puntiforme. En cambio en aquellas mujeres que han tenido partos vaginales, ese canal está más ensanchado.
Durante el nacimiento, el cuello del útero debe dilatar al menos 10 cm.
En condiciones normales el cuello tiene una consistencia cartilaginosa y está situado hacia el sacro. Tiene un grosor de unos 30 o 40 mm , esta medida es muy variable dependiendo de la mujer.
Cuando la mujer entra en trabajo de parto, el cuello sufre una transformación asombrosa. Comienza a afinarse hasta quedar tan solo de unos milímetros. El cérvix pasa de tener una consistencia dura a ser blando y distensible. Y se anterioriza, es decir en vez de encontrarlo hacia el sacro, queda más en línea con la vagina.
Sin duda el proceso más conocido que realiza el cuello es el de dilatar; el canal endocervical, que medía unos milímetros, comienza a ampliarse, a medida que el cuello se incorpora al útero, hasta dejar pasar la cabeza o las nalgas del bebé. Tanto diámetro tenga la presentación del bebé, tantos centímetros deberá dilatar el cuello. No obstante por consenso consideramos que esa medida son 10 cm.
Debido a todos los cambios que sufre en el embarazo y en el parto, es recomendable hacerse una revisión del mismo unos meses después del nacimiento del bebé, así que ¡no olvides pedir cita!
